Hoy jueves partimos, con mucho dolor de corazón, de Kusadasi y nos dirigimos hacia el Este dirección Denizli. Dejamos atrás la costa del Ejeo y remontamos el curso del río Menderes, situado en un amplio y precioso valle lleno de cultivos de algodón. Lo que no vimos es lo que viene en las guías que portamos, que son los campos de adormideras que tienen por aquí para uso medicinal. Pensábamos hacer una pequeña requisa, también para uso médico, pero parece ser que, o bien ya han cosechado, o no está sembrado aún.
Hacemos un alto en Afrodisias, otro sitio arqueológico rodeado de aldeas con mucha mugre; no obstante, los turcos han hecho un buen trabajo de conservación. El museo es como los de Europa, uno de los mejores que he visto.
Aquí hubo culto a los dioses paganos desde el 5800 antes de Cristo, donde los granjeros del neolítico iban a adorar a la diosa de la fecundidad y de la tierra; en la época clásica estaba dedicada a la casquivana Afrodita, con un templo a lo grande, termas, palestras, ágoras, teatro -cómo no- y un gran hipódromo conservado como muy muy pocos.
Los Cinco en el templo de Afrodita sin Afrodita.
El hipódromo, para 30000 personas, con sus gradas.
El llamado "Tetrapilon", entrada monumental al templo de Afrodita.
Volvemos a la furgoneta y programamos el navegador para que nos lleve a Pamukkale, que quiere decir "Castillo de algodón". Se trata de una formación caliza declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanité, en la que el agua ha ido dejando depósitos de cal, valga la redundancia, con los que toda una ladera de montaña aparece ante los ojos del guiri como una gran nevada donde no debería estar. Son aguas termales, así que no se nos refrescaron mucho nuestros sufridos pies.
El sitio es curioso, y más curiosa es la forma de entrar; descalzos. Todo el personal con las zapatillas en la mano o atadas a las mochilas andando agua al tobillo casi un km. sobre lo que parece marmol blanco. El capricho de la naturaleza ha ido formando piscinas y remansos, y sobre todo al volver, que se nos echó encima el oscurrucio con eso de ver el atardecer desde la parte de arriba, parece aquello un capítulo de los cuentos alucinantes de Lovecraft.
Pamukkale, el "Castillo de algodón."
Los Cinco (falta el fotógrafo) en uno de los estanques de Pamukkale.
Y sobre la colina en cuya ladera está todo esto que cuento, está lo que queda de la ciudad de Hierápolis, otra de las cosas que hay que ver en Turquía. Los antiguos aprovecharon las aguas termales y cascaron encima una ciudad, con de todo: otro teatro -este con la escena casi intacta- baños etc etc etc. Fué fundada por Eumenes II (a mi no me suena de nada), que era rey de Pérgamo a la sazón.
El lugar tiene la particularidad de que en las proximidades encontró triste final el apóstol Felipe, al que le dieron cruz y piedras para rematarlo. La iglesia bizantina erigida en el lugar del suplicio está en ruinas hace muchos siglos. Era el "Martirion", edificio octogonal colocado sobre un pequeño promontorio y algo alejado del bullicio de Hierápolis (20 minutos por un sendero) Merece la pena el sitio: ni Perry por los alrededores, silencio y aunque uno es descreído de por si, el sitio tiene algo especial.
Centro del octógono donde estaba la tumba de Felipe. Sus huesos descansan ahora en Roma.
Y ya nos retiramos a nuestra nueva residencia: hotel Melrose House. La concepción de glamour de los turcos: cortinas de a millón con brillos, megabaño que tiene hasta eco, jacucci y al lado un mueblo que ni de la calle lo recojo, el cable de a bañera agarrado de cualquier manera... no terminan de pillar lo que es "rematar".
Mañana ya regresamos a Estambul. Nos esperan muchas horas de coche por carreteras ignotas.
Felices sueños desde Pamukkale, tumbado en una cama con dosel modelo "Velo de Zoraida".
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