La casa de la señora Atkinsons
Llegamos a Dublín,última
etapa de las vacaciones. Hemos llegdo a eso de las 6 de la tarde y hemos ido a parar a una bonita casa llamada Apllewood en la que vive la señora Atkinsons que debe ser viuda o soltera. Muy chula, tiene cada una de las tres habitaciones de que dispone bautizadas con nombres de clases de manzana. La nuestra la Greemmad, o Verdedondella, ironías de la vida.
Guiados por nuestro inseparable tomtom, nos dirigimos directamente al corazón de Dublín tras dejar el equipaje. Una calle peatonal llamada Grafton street y aledaños.
El contraste es grande con el resto de Irlanda, rural como un ribazo. Esto es lo que se dice cosmopolita y bullanguero, con aire londinense -no por nada han estado aquí 800 años- y ciertamente se merece una visita.
Alguna compra de última hora, pintas y medias pintas coronado todo ello por una amena cena en Dame street, supuso el final de la jornada.
Al día siguiente la señora Atkinsons nos obsequió con nuestro último full irish breakfast, engullido con fruición como no podía ser menos. Teníamos que devolver a nuestro querido Patricio, el Ford Fiesta que nos ha llevado por esta isla tan maja, a las 11 de la mañana en el aeropuerto, así que como eran sólo las 9 allá que hemos ido a ver las últimas cosas con algo de prisa.
Un pub con música folk irlandesa
Sabíamos que era arriesgado, pero la inconsciencia y las pocas ganas de volver nos han empujado a ver un par de cosas más a toda leche.
El tomtom nos ha llevado a ver lo que pensábamos que era la catedral pero ha resultado no serlo, pero que la hemos visto igual y con retratos incluídos.
Luego la acosejada Merrion square con bonitas casas georgianas y un jardín de los de poner la manta de cuadros y sacar los sandwuiches de penipillo a pesar de la lluvia.
Tras ello, again a Grafton street a por un regalo de ultimíiiiiiisima hora y tras salir zumbando -ya algo nerviosillos por la hora- callejeando por la izquierda excepto una entrada en contradirección en una calle de la que nos han sacado a base de claxons y ráfagazos, hacemos la entrada apoteósica en el parking la Hertz con 20 minutos de tiempo.
Pero, oh dolor, habíamos olvidado que el de pósito lo debíamos dejar lleno como nos lo encontramos.
Reprogramación con dedos nerviosos del tomtom, salida trepidante, retortijones de las tripas de Jesús para amenizar el momento, incorporaciones a la autopista modelo M40, llenado de depósito, regreso acelerado y final de etapa a 5 minutos de hacernos pagar un día más.
Si Marianito llega a venir con nosotros tenemos
que usar las máquinas desfibriladoras del aeropuerto.
Grafton street
Y con esto se acaba nuestro periplo. Hemos ido donde Irlanda nos ha llevado, volvemos felices de lo que hemos visto, con deseos de ver lo que no nos ha dado tiempo a ver; encantados con sus habitantes, bebedores como corsarios -ellos y ellas- simpáticos, habladores hasta el cansancio, y con una comida de fritos, pasteles de riñones y mucha col.
Irlanda merece la pena.
Dame Street
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